Alejandro Concha

 

Silencio

Se oye el pulso del mundo como nunca pálido

La tierra acaba de alumbrar un árbol

Vicente Huidobro


Bienvenido Alejandro Concha a EL CLAROSCURO
Gracias por aceptar mi invitación 



Alejandro Concha M. (Lota, Chile, 1995) — Poeta, gestor cultural y editor literario. Autor del poemario Estirpe (2017). Fundador del Movimiento artístico “La Balandra Poética”. Colaborador en el proyecto Crisálida Artes escénicas Y en el equipo de edición de la revista Sudras y Parias. Miembro del equipo organizador del Encuentro Poético internacional Pájaros Errantes y del programa Por una educación poética para Chile, donde se desempeña como monitor en escuelas y otras actividades en la coordinación de los Festivales de poesía del Biobío.

Fue miembro de la Agrupación de escritores de Lota “La Compuerta Número 12”, allí editó durante dos años la revista literaria El Candil.  Ha contribuido en las publicaciones colectivas: Antología de escritores del carbón Huellas, la antología Pájaros Errantes y la antología de escritores juveniles Hilos Rojos. 

Poemas de su autoría han sido incluidos en los libros: Espacio, me has vencido (El Ángel editor, Ecuador, 2021); Palabras Necesarias (Chile, 2020); Fragua de Preces (Abra, España, 2020); Antología FIPBB Nueva York (Conxiencia, 2020); Me contaron mis viejos (Fundación Cepas, 2014-2016) y Un mismo vuelo (ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014), además de múltiples revistas y sitios web de Chile y Latinoamérica. 

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¿Quién es Alejandro Concha? 

Esa pregunta es el quid de la cuestión. Si a ciencia cierta lo supiera, quizás no escribiría poemas. Tengo mis sospechas, como cualquiera, pero responderte con alguna frase artificiosa sería un error del que me arrepentiría luego; no he obtenido respuestas concluyentes. 

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¿Qué es la poesía? 

“Una actitud ante la vida” leí alguna vez, y creo que no podría estar mejor escrito. He hecho mía esa frase al punto de estar todas mis horas escribiendo un poema; pienso poesía, respiro poesía o al menos, intuyo que le piso la sombra. 
Agregaría que es también un acto de lucidez. Me gustan esos poemas que parecieran no estar escritos por mano humana; escritos como un laberinto con pasadizos escondidos y salidas, tan claras y confusas a la vez, que sus certezas son imposibles de evadir. 
La poesía te destruye al primer tacto, esa ha sido mi conclusión, por eso hablo de “lucidez”, pues solo la luz absoluta da vida, quema, mata y destruye a la vez. 


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LOS GRISES DE BARRA

(Inédito; inspirado en la obra
de Osvaldo Barra Cunningham 1922-1999)

Ante las contradicciones que ciñeron la espera
las manos del pasado se abren, como cortinas
por cuya sospecha respira el agua.
El invierno es de un cálido abrazador,
agarra mi espalda su anciano cuerpo
y parece su frío jamás marchar.
Desde el humo y la metralla de la barrena,
chiflones, parque y sus fantasmas
la ciudad se ahoga en un flujo salino; 
no me animo a pensar en cuántos
perdieron aquí la vida,
o en el pan desmigajado desde la piedra
servido sobre la mesa familiar.
Quiero esa arrítmica sonoridad de mi padre y su lectura,
el fuego cuya sangre tranquiliza.
Pero allí está el mar, lugar común de quienes claman
la puerta escondida de los viajeros.
Perdurarán en el ojo del Pacífico
aunque cambien las cosas de lugar
y el cielo se fracture contra la silueta
de los árboles de acero.
Aunque no logre sentarme en ese espacio
(en ese muelle, o en ese parque),
revivirán en mí cuando los busque
y como en un óleo antiguo palparé
la textura accidentada de la historia.



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NUESTROS ESCOMBROS 

Constantemente visito tus escombros 
y hallo en ellos una voz moribunda. 
Parecieran tus huesos hablarme, 
comentarme del camino largo, 
de la huella polvorosa. 
Una voz nítida corriendo: 
un eco poblando tu desolación, 
me narra batallas perdidas 
de mártires crucificados; 
ídolos… héroes… 
y nada que pueda decir. 
Nada. 
No hay nada para excusarnos. 

Constantemente visito tus escombros 
y hallo en ellos un arrepentimiento criminal.



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HIJOS DE LA CENIZA

Quiero que cuando veas el claro de luz 
no te ciegues, 
y recuerdes que hubo un momento 
en el que también fuiste oscuridad.

Esta ceniza ciñéndonos los pies 
como los esqueléticos árboles 
son el vestigio del fuego, 
las famélicas figuras de metal 
es lo que fuimos.

Hijo, quiero que entiendas tu poderosa flama 
como el elemento vivo, 
adoleciendo en la desazón 
y fluyendo en la expansión de tu existencia, 
y quiero que al ver el camino futuro 
reconozcas en ti 
los carbones consumados del sendero. 

Fuimos tomados, 
levantados y tirados al fuego, 
cortados de la infancia, 
quemados en la adultez, 
arrojados a la consternación.

Seremos la ceniza, 
nos soplará el viento,
pero aún por dentro 
no dejaremos de arder.



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LOTA

A quién pudiera afectarle verte desaparecer.
A quién, que este cuerpo y corazón de bronce
         detenga su traqueteo mecánico.
A quién los barcos, los ruidos, el polen;
si nadie volteó a mirarnos cuando a la tierra
huérfana de la mano mesiánica
se le fue privada de la voz.

Pienso en la larva de los imperios del mundo.
Oigo gemir, tras el reflejo de sus huesos
en el pliegue marino, su quebrar de muelas:
Pilpilco, enigma, cala
vibra en la superficie del espejo.

No sé si me importaría
que me arrastraran tus aguas,
que un niño tomara, de mis huesos, la semilla
y soñara con un ojo en las nubes
ver crecer un girasol.



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