Mabel Escribano Usero

 

El teatro es poesía que se sale del libro para hacerse humana

Federico García Lorca 


El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.

                                                                                                                                   Arthur Miller



Bienvenida Mabel Escribano Usero a EL CLAROSCURO 

Siempre es un privilegio abrazar tu alma. 




Nací en Alicante, España el 22 de abril de 1947, provengo de una saga familiar de actores de teatro, mis tatarabuelos ya lo eran y yo lo fui hasta que me retiré. Escribo desde que tengo uso de razón. Ha publicado dos libros: Desearte y Asfalto de Cristal. Resido en la ciudad de Barcelona. 


He organizado encuentros poéticos en El Centro Cultural Palau Alós, y en El Sue de Barcelona. Participo con regularidad en eventos de poesía donde el trasfondo sea una causa social, tal como protestar contra La Violencia de Género, la lucha contra el cáncer o a favor de los autistas. Mis poemas han sido traducidos al inglés, ruso, portugués, catalán y francés.




**

La espera imaginaria

Cada día que puedo,
regreso a buscarte al lugar exacto,
donde sé que es imposible encontrarte.
Y saludo al mismo señor,
al mismo perro,
bajo el mismo árbol,
con el mismo periódico,
y la misma impecable raya en el pantalón.
Yo llevo el mismo libro,
las mismas gafas,
y el mismo olor de colonia.
Él dice que espera a su señora,
siempre dice lo mismo,
pero nunca llega.
Yo digo que te espero a ti,
pero tampoco has de venir.
Él lo sabe,
yo no lo ignoro.
Ambos nos contamos un esperar,
que tarda en llegar.
Yo me voy antes,
así al día siguiente me dirá,
como me dice siempre,
"Llegó un poco más tarde",
y yo le digo que te encontré
justo en la otra calle.
Mentimos los dos,
cada cual hace que su vida,
ruede lo mejor que puede.
Y él sabe,
que los dos sabemos



Inesperadamente

Con qué impunidad una se va,
desaparece y el tiempo entierra su recuerdo,
-si es que lo hubo-.
Su voz cae, en un olvido de decibelios,
perdidos en la velocidad de un sonido que,
le cede, un asiento cualquiera entre la multitud.
Y muchas cosas quedan por hacer,
dispersas en la habitación del tiempo,
tiradas sobre la alfombra del mañana que,
no pudo llegar, ni llamó a la puerta.





Noche de agosto

Se ha puesto la lujuria el collar de la pasión,
mueve y agita el cuerpo con música de saxo.
El pianista duerme su propio vómito solitario,
sobre las teclas amarillentas,
mientras el barman cuenta las propinas.
La bandeja sucia llena de vasos,
que no han tocado sus labios,
pero soñaron hacerlo,
con los de aquella mujer que,
sentada en la mesa contigua,
donde dormita una bayeta pringosa,
ansiando que la laven, solloza bebiendo sola.
La luna se muestra casquivana con una farola,
fundida de amor por su luz,
suspirando destellos imposibles.
Un vagabundo,
sonríe echando pan a las palomas nocturnas,
vigilando sin disimulo,
los escarceos de una joven pareja entre los matorrales.
Es noche de fuego,
del llanto incómodo de un bebé que,
no deja que olviden su existencia,
y pone de mal humor a los inexpertos padres.
Asturias sigue siendo la querida,
de un borracho triste y solo que,
canta tratando de ignorarse.
Noche de un tonto que cree enamorarlas,
a base de dinero.
De un "listo" que engaña a su mujer,
con la complicidad del amigo,
que le engaña con ella.
Noche de condón olvidado,
de cambio de marchas clavado en los riñones,
de una enamorada adolescente y primeriza.
De playa que gime,
de agosto caluroso que se pega al cuerpo,
de aquello que incita al deseo,
de dejar fuera, mientras se bañan,
la toalla del romanticismo,
para tomarla luego secando la humedad de un mar,
que no tiene ese nombre, pero se ajusta.
Noche donde la pasión enciende velas,
muerde y araña incluso dentro del agua.
Agosto gime, suda y la ciudad poco a poco,
se duerme.  



La muerte y yo

Vivo la muerte
con familiar costumbre
habituada a su presencia,
le hago sitio en mi cama,
trasiego por entre sus huesos,
limpio los dientes de su calavera,
mientras le cuento historias,
divertidas sobre sí misma.
Esta noche no quería salir a trabajar.
Tenía frío.
Arrebujaba sus huesos contra mi carne,
pidiéndome el fuerte abrazo que le impidiera,
cumplir su cometido.
Le preparé el café amargo de todos los días,
afilé su guadaña diciéndola...
"Vete amor, te esperan"
Y salió de mi lado, con profunda tristeza,
no sin antes prometerme, como cada día,
regresar para llevarse otro trozo de mi vida.




Éramos – mi generación-

Éramos la noche envuelta en un papel de
celofán brillante.
Aturdíamos al aire gritando ¡Paz!,
mientras en casa, nos decían que
"de política, no se hablaba".
Manejados; dirigidos; empujados,
llorábamos a un Vietnam al ritmo de Joan Báez
desde la cama blanca de Yoko y John.
Coca-Cola y Ron,
Sartre y Camus pasando por nuestra tráquea a disgusto,
sin pasar por nuestras mentes,
dando luz a nuestras dudas.
Cannabis y flores,
un puente en San Francisco
que no cruzaríamos jamás.
Gritábamos con Mike que
"No nos sentíamos satisfechos",
pero muchos, ni tan siquiera sabíamos traducir
nuestros propios gritos.
Del trabajo a casa, y el domingo,
cargando el tocadiscos,
caminábamos al guateque.
Coca-Cola y Ron ¡Cuba Libre!
De regreso,
empapados en sudor,
con el deseo reprimido, por miedo a un Dios
colérico y asexuado,
contemplábamos atónitos correr a la razón
gritando ¡Libertad!,
acosada por la fuerza.
Éramos los hijos,
de los hijos del miedo.
Solo nos dejaban ponernos flores en el pelo,
y gritar que no nos sentíamos satisfechos.
París estaba lejos,
pero mayo con sus barricadas,
golpeaba nuestras puertas.
Empezamos a preguntarnos
y a preguntar.
cayeron mustias las flores de nuestros cabellos.
En las pantallas, María y Johnny se decían "adiós" en
un rincón del West Side.
Envolvimos con aire triste el bocadillo
en las hojas de un diario.
Vietnam. Vietnam...
De camino al trabajo, las paredes nos hablaban
de una desconocida LIBERTAD.
Tímidamente, con el debido respeto,
que nunca nos devolvieron, quisimos saber...
¡Danzad, Danzad!
Florecieron octavillas,
quemaban en nuestras manos,
escapaban de nuestros bolsillos,
martilleaban en nuestros cerebros.
Ya no gritábamos,
tratábamos de saber quiénes éramos?
¿qué habían hecho con nosotros?
Éramos un subproducto;
un disco; una bebida;
un pantalón Lois,
y en el bolsillo trasero,
un libro de Camus o Sartre
apenas abierto.
Los hijos del silencio estruendoso,
de un rock and roll americano
preso en las caderas de Elvis.
Fuimos domados; reprimidos; engañados;
aleccionados; despolitizados.
Sólo unos cuantos se emborracharon con vino,
lloraron con Machado,
y entre su corazón y su camisa,
guardaron a Hernández.
Algunos quedaron en el camino
buscando una libertad que sus ojos
cerrados, jamás conseguirían ver.  


***







Comentarios

  1. Querida Silvia buenas tardes, así es, volver a contar con la presencia y la hermosa poesía de Mabel Escribano es un gran privilegio.

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  2. Muchas gracias siempre es un placer y un honor, estar en compañía de tan buenos poetas.

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