Rubén Darío Rodríguez Charry

 

La poesía camina día a día

en la mirada de un anciano,

en el beso de una mujer,

en el abrazo de un amigo.

En los lugares comunes y cotidianos 

está la poesía.

Adonis Tupac Ramírez


Bienvenido Rubén Darío Rodríguez a EL CLAROSCURO

Un gusto compartir tu voz poética. 



Rubén Darío Rodríguez (Pulí, Cundinamarca, Colombia, 1963).  Llega a Neiva en el año 1989, en esta ciudad se desempeña laboralmente como taxista. 

Escribe sus primeros poemas y decide compartirlos con sus pasajeros, así nace "el taxista poeta". 

Su obra ha sido publicada en diarios y emisoras regionales, ha sido invitado a encuentros de escritores en el departamento del Huila. Su voz cruzó fronteras y recientemente participó en los Encuentros: Movimiento Internacional de Escritores por la Libertad, M.I.E.L y en el Encuentro Internacional de Escritores La luna con gatillo. 

En el año 2021 publica su primer libro de poesía Amores Pasajeros con la editorial Tierra de Palabras. 


**


Amores Pasajeros 

Rubén Darío Rodríguez Charry 

Editorial Tierra de Palabras 

Neiva, Colombia, 2021


Ingenuo toco los bordes del espejo 

Ingenuo toco los bordes del espejo, 

busco en el vientre del vidrio tu figura inmortal.

Tus obreras manos

trazan la curva de tus muslos

y en tu pecho,

crece la imagen del fuego;

se levantan dos llamas diminutas,

dos enormes sentencias del deseo. 



Una ráfaga de viento

Una ráfaga de viento

entró por mi ventana

justo cuando los canarios

conversan con sus amadas

las aventuras de la noche anterior.


Y era tu corazón

el espíritu del viento

sangrado de amor por sus costados.

Y eran tus manos

dispuestas al combate.

En tus labios las gotas de rocío

dibujaban las orillas del río.

En tus ojos los anillos dorados,

la incandescente huella de los astros.

Y puede haber alguien más por ahí, 

con las manos libres

y el corazón buscando un prado verde

donde reposar,

donde hacer la siesta a trágicos ayunos.

Entonces levantas la mirada

igual a un potro en la pradera

al escuchar los cascos de su amada. 




Alejandra 

                                                                                               (a Alejandra Pizarnik) 

Alejandra, apenas se despierta el día y luce cansado, allá en la loma permanece quieta la sábana blanca que arropó la desnudez de la barranca.

Creo que todos amanecieron cansados, menos mi corazón que ahora ha dejado de latir y grita tu nombre y el eco de sus gritos es al motor de un automóvil que corre por mis venas y explota por los poros con tal fuerza que se mueven las cortinas de la alcoba.

Dirás que soy exagerado, que igual duermo...

¿Y qué si te digo, que esta pequeña prosa la escribe mi mano mientras te sueño?



Soy el verso que te sigue

Soy el verso que te sigue,

una hoja seca que cae en tu vestido

cargada de semillas y frutos,

un verso que se abre paso

al compás de tu mirada,

el poema que sobrevive al verano

sobre las cicatrices del valle,

la palabra que se levanta del asfalto

y se enreda en tus cabellos.


Soy una ventana entre las nubes

por donde pasa tu figura breve

al contacto con la estrella

y termina recostada

en el último recodo del universo. 




Solía esperar a mi padre 

Solía esperar a mi padre

sentado a la orilla del camino.

La tarde transcurría

con mi infancia lenta, imprecisa.


Me entretenía matando las hormigas

con pequeñas piedras

o con el quiebre de la cotiza.


Con la punta de una rama

dibujaba el cuerpo de una mujer sobre la arena,

la única razón de ser grande.


No había visto mujer desnuda,

las veía con trajes largos, anchos

y de vez en cuando, ajustando sus figuras.


En el piso, debajo de un arrayán, 

a las cinco de la tarde

cuando el sol en los cerros descendía

y se escondía avergonzado del incendio,

te dejé dibujada entre la arena.


Ahora sé que eras tú la que soñaba. 



Elegía 

                                                                                        

                                                                                              Al médico y capitán 

                                                                                             Fabio Granda 


Aún con tus alas quebradas

sigues volando muy alto compañero.


Fue tu corazón un aeroplano

convencido resuelto y firme.


Jamás tuvieron pies tus pensamientos,

sino plumas de blanco traje

con sirenas cantándole a la vida.


Jamás la muerte pudo atar tus manos

en una sala de cirugía.


Allí siempre, Fabio,

la vencías y la humillabas con tu arte,

con esa forma libre de amar la vida,

de ponerle a la esperanza cicatrices,

de elevar con tus manos la plegaria

y regresar a tus pacientes a la vida.


¿Estaba vacío el cielo?

¿Se enfermaron las almas

y había que mandar por ti?

¿Era necesario un cirujano

que volviera a la vida a Simón, a Pedro? 

O acaso, 

¿Estaba enfermo Jesús

y era obligada tu presencia, Fabio?


Cuántas preguntas perdidas en el espacio que amaste,

en la que fue tu casa, en la atmósfera inquieta

que socaba la voz del trueno

al pronunciar tu nombre

y llorar tu partida.


Aun con tus alas quebradas

sigues volando muy alto,

compañero. 









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