Agustín Mazzini
El poeta ve lo poético aún en las cosas más cotidianas
Olga Orozco
Si realmente deseas cabalgar el trueno
antes has de beber rocío de la luna
no es para cualquiera el galope de fuego
sobre el viento que silba
la canción de la muerte.
Fernando Vaschetto
Cuando digo alma
imagino una flor que brota
entre el cemento
Sergio Antonio Chiappe
Bienvenido Agustín Mazzini a EL CLAROSCURO
Gracias por aceptar mi invitación
Agustín Mazzini (Buenos Aires, 1993) ha publicado los libros de poesía El cielo no termina de quemarse (suri porfiado, Buenos Aires, 2017), Poemas de Rue Parthenais (Difácil, Valladolid, 2021), El perfume de la flor tatuada (Eolas Ediciones, León, 2022) y los volúmenes Su corazón una moneda (Aguacero Ediciones, Tucumán, 2021) y Las edades de la lluvia (Pinap Editora, Buenos Aires, 2024).
Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional “Bustriazo Ortiz” Para Jóvenes Poetas, el XIX Premio Internacional de Poesía Joven “Martín García Ramos” y el III Premio Fundación MonteLeón de Poesía Joven. Finalista del I Premio Hispanomericano de Poesía “Francisco Ruiz Udiel”. Fue becado por el Ministerio de Cultura argentino en convenio con el Conseil des Artts et des Lettres du Québec para una residencia de creación en Montreal. Condujo el programa online de poesía “Puentes de papel” y ha ofrecido conferencias sobre poesía y participado de festivales nacionales e internacionales.
Monumento a Caperucita roja, Buenos Aires, Argentina
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¿Quién es Agustín Mazzini?
Bueno, es una pregunta absolutamente existencial. Qué difícil definirse a uno mismo. Pero si nos abocamos al terreno de la poesía, soy (por lo pronto) un poeta joven que busca provocar en un lector, cualquiera, lo mismo que provocaron en mí García Lorca, Vallejo, Olga Orozco y tantos etcétera.
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¿Cuál fue tu primer contacto con la poesía?
Apareció con las letras de las canciones, a decir verdad. Sabina, Serú Girán y por supuesto Charly García, Serrat, todos esos fueron un despertar más allá de lo musical (toqué la guitarra mucho antes que soñar con ser poeta). Decían lo que me pasaba, lo que yo quería decir. Un día dije ¿por qué no intentar decirlo yo mismo?
Montreal
XII
Bajo las luces de los drugstores en St. Denis
la tarde mezcla colores y junta las piedras
desparramadas en la palabra étranger,
se estampa contra las gotas
congeladas de los postes de luz.
Montreal brilla en las vidrieras del Downtown,
y en la mirada de los homeless
leo libros escritos por el desamparo.
Mientras, el tiempo y la espera
se unen en un trapecista que va
por su soga como por el sueño
que divide al significado de la palabra.
De Poemas de Rue Parthenais
*
IX
Oigo los motores que envejecen dando vuelta engranajes
y las risas de las que se entretienen decorándose las caderas con alhelíes.
Da ganas de respirar lo fresco, lo salvaje y lo sexual
entre estos teatros con cicatrices de agua
y enfermeras enamoradas de la muerte que arrojan
manojos de huesos desde las ventanas de los hospitales,
los taxis llenos de humo y los maniquíes
que apenas se queden dormidos van a ser acribillados.
Cada 20 segundos pasan millones de psicoanalistas
envueltos en el sonido hueco del Art Nouveau
mientras el agua de las canillas corre invisible por los caños
hasta terminar en una taza de café.
El frío oscurece los zaguanes de San Telmo,
las víboras se arrastran por telegramas mojados en vinagre.
Buenos Aires baila sobre los restos de su amor,
muerde la fruta más oscura de sí misma
en escuelas donde se enseña noviembre.
Nancy lleva un libro de Rawls en el bolso
y las chicas de FADU andan en bicicleta,
guardan su forma de soñar en la mochila
y los subtes recorren la ciudad con un cansancio negro.
El aire de mi ciudad pudre todo lo que toca
y avanza desde mi alma como un tren
deshaciéndose al hacer camino.
De El perfume de la flor tatuada
Retrato de mi generación
Conocemos el magro óleo,
venimos al mundo con un origen de casa vacía,
insomnes, por regiones de arpas rotas,
arrodillados ante los andrajosos nombres de la tormenta.
Con nuestras lágrimas anémicas afilan gritos y sombras,
y nos perdemos
en siglos de alhelíes desmoronados.
Nuestra ausencia es un coro de muros
porque venimos del infarto de la rosa
con llagas construidas alrededor de la noche,
de la mano de ahorcados que pueblan el trébol
mientras las cosas se oscurecen para tocar su vacío.
Caemos
desde un ramillete de clavos oxidados
a una ración de cementerio,
jaurías de sombras nos persiguen.
Borrachos de cielo mil claveles nos asesinan,
siempre a punto de gritar en las cicatrices.
Enfermos por la escarcha,
rodeados de papeles inhóspitos
conspiraciones de objetos sin nombre,
nos llaman desde la náusea de todas las herencias.
Nuestros padres tienen olor a pólvora.
En el colegio
sólo aprendimos la partitura de la hojarasca,
naufragios de pergaminos rotos,
a escalar las fisuras de otros tiempos
y quemarnos a medida que entramos en un sueño más profundo
donde las manzanas pierden su luz.
Entre enjambres de espejos vacíos
somos cardumen de pianos descascarados,
arañas tejiendo en las esquinas de los moteles.
Somos el derrumbe.
No hicimos la Revolución de la Rabia
por quedarnos dormidos frente al televisor,
por pereza o por alguna razón que desconocemos.
Al tiempo que crece el insomnio en forma de débil lienzo,
el latido de nuestra sombra envejece
y sonreímos
en este tiempo sin Hombre.
De Retratos (inédito)
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XVIII
(a María Victoria)
Entrar a vos es entrar a un tren con los ojos cerrados, como llorar de miedo adentro de una navaja o seguir los pasos de un segador que en la nieve camina y camina. Salir de vos, mujer, es dibujar cuervos en los vidrios de junio, beber todos los ríos, rezar en silencio a un ángel de arena. Pero nada sucede, y yo estoy cansado en mis pétalos sordos, en mis venas amargas. Soy ese perro flaco que te mira de lejos.
De Los últimos caballos de la niebla (inédito)
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