GRAZNIDO POÉTICO

 

(...)la poesía de Francisco Urrea Pérez es un ejemplo luminoso del poder de la escritura breve y concisa, donde cada palabra parece haber sido cincelada con la precisión de un artesano que no necesita grandes discursos para abordar cuestiones fundamentales del ser; más bien, su fuerza reside en lo que deja implícito, en los silencios que enmarcan sus palabras.

Bardhyl Hoxha Marku 


 En Graznido Poético convergen dos impactantes voces cuyas profundidades y alturas llevan y guían al lector en un viaje exploratorio a los territorios intransitados del alma humana. Develan las luces y oscuridades que a todos nos habitan. 

Sergio Antonio Chiappe


La poesía de Arturo Hernández González es luz que se desvela en la metáfora y teje un sueño de acerba lucidez, sensible encanto; hilo de versos que nos conduce a través del oscuro laberinto de los días, pues el transito diurno es muchas veces una penumbra de negación y huida 

Stefania Di Leo 


  




Terca materia inexacta 


<<Todo se hará a su

tiempo y será pronto>>

José Luis Díaz-Granados

            Yo, oscuro, 

anhelo el fuego y el relámpago...

pero apago mi dolor en la alegría, en sus dobles fondos,

        en la historia patria de mí mismo, 

                                                        en mi jerga de fuga.


               Amoroso,

espero la sed última donde concluye el viento

para domesticar el verde abandono de mis geografías.

          Agacho la cabeza junto a tibios dioses

          que miran con asco tanta fe desperdiciada

                             en cosas que terminan.


          Duermo en las periferias del sentido, 

          aguardando la luz de la justicia derramada.


                    Escribo contra mí

para derrumbar la elocuencia del mundo,

para arrancarme de los ojos la figura amada de las aves, 

          para aprender el futuro

y disimular el prestigio del anonimato,

para comentar la obra de dios

          sin humildad ni gracia.

                                        (...)


                    Se fractura 

el itinerario de mi fenomenología y ya 

            solo persisto aquí 

         como una bulimia de preocupaciones:

oigo ladrar perros que, como yo, nacieron tarde

a la sombra de árboles ahogados en la sombra...


        y obedezco la fragilidad en la que triunfa, 

a pesar de mí, el vehemente follaje de los Andes

          y la vigilia de las hormigas

                    contra la noche unánime.

                                       (...)


Como todo insomne, sufro bajo los párpados 

          el rabioso reloj de los recuerdos incompletos.


              Cuento entre mis amigos a los solitarios 

que hablan de la lucidez como de un norte 

en la demencia geodésica de los descubrimientos.


        Desprecio la melancolía, 

                  la regresión introspectiva 

del corazón desde el cautiverio futuro de la muerte; 

          desde el enterrado, inmóvil vehículo de palo 

           sobre el que fosforece un epitafio: aquí yace 

la falsa urgencia del sofista, su terrible amor 

por los sonidos, su herencia manifiesta y torpe, 

como un vicio mutado hacia lo súbito del ruido.


               Veo la brusca piedra de nubes invernales, 

sideral océano de roca bajo el que martillamos  

       una tímida filosofía de chatarras. 


Creo que la belleza es lo que escapa al purgatorio:

         lo que estuvo en el bajo hervidero de torturas 

         o bien en el alto país de los ángeles deformes. 


Sospecho que durante eclipses morales 

      ----¿quién podrá negarlo?----

le sobra sangre déspota a estatuas esclavistas. 


Tengo verdadera fe en que las oraciones

son siempre contestadas por un dios equivocado. 

Me divierte la íntima contradicción de las almas 

antes de inclinarse hacia el imperativo categórico. 


                           La urbe excesiva

                           me estorba igual que el núcleo 

invencible de la hierba que crece sin remedio

en la liquidez primitiva de esta hora del mundo.


Con las manos derretidas esculpo en el tiempo

los fenómenos privados de mi existencia rota: 

         A medio estar entre la sombra añoro el fuego 

         y el relámpago, pero me sorprendo despierto 

         ante la materia inexacta de un terco enigma: 

         inútil como la felpa polvorienta del verano, 

         cruel como los rígidos pliegues de la lluvia, 

         infinito como la insignificante luz del tedio,


                                        (...)


                     Cualquier fortuna es asombro

                     para los hijos de la mala suerte...


No nos pertenece otra cosa que lo incierto, 

         la brevedad y los idiomas matemáticos 

que traducen algo superior al silencio de los dioses.


¿Llamamos vivir el presente a esta procrastinación

          inevitable de íntimas catástrofes, alma traslaticia?


Ya contemplamos los cuerpos que por primera vez 

         se resisten a desaparecer del mundo de la infancia,

         atragantándose con los racimos del lenguaje cierto:

documentos monetarios del comercio y de la deuda,

         prórrogas para identidades vertiginosas y suicidas.


                   La culpa,

        hija violenta del recuerdo,

                          trasciende 

       la oscuridad movediza de los lenguajes íntimos.

       Y así, la soledad colateral del siglo continúa

       desangrando el alfabeto de los escrúpulos sobrantes.


           Ahora, yo oscuro, me exilio del anhelo...

me aparto para recordar en poesía, la palabra absoluta

que tanto se parece a la eterna tumba de los náufragos, 

que ampara el alma de las colosales máquinas sensibles 

en cuya circunspección se cierra el último círculo marino.


                   Cicatrizada la esperanza 

en la costumbre de huesos que ignoran

         la desnuda y grave vocación de lo que mata, vuelvo 

         a la aventura de las premoniciones, a su cero blanco.


Es mi parecer que lo imposible y lo futuro constan 

de promesas cuyo dolor permanece impronunciado. 


           Sé que de nada sirve

agotar las instancias del decálogo,

pues más allá del hético moisés y de sus bestias cándidas, 

existen mitos desesperados que enseñan menos el pecado 

     y más la libertad y la prudencia. 


          Recuerdo la catequesis dominical:

        el tráfico menor de las mentiras del amor, 

                          la carne, el Árbol de la ciencia.


                Aún oigo la masticada música 

                                del gorgojo de la súplica, 

           la poliglota amenaza de la condenación perpetua y

           el mantra protervo de las metafísicas de la vergüenza.


Entiendo de la renuncia el ejemplo de los mártires,

           que por una ausencia exhausta perdieron la vida. 


Yo en cambio pordioseo una vacancia: el poder,

si es que es tortura impuesta, disimula con utopías 

         la cómoda negligencia de sus demiurgos.


             Abandoné la ideología de la tribu, la falsa confesión 

del creador impasible que por error nos hizo impuros.


Vivo ahora con lo que llevo puesto: el apocalipsis 

en los labios, el éxodo en el péndulo de la propagación, 

un gobierno de mi mismo en la política del cuerpo. 


        Atrás quedó el mercurio de los viejos termómetros 

        al igual que el manoseado fingimiento de mi dicha.


        He aceptado mis límites.


          Abracé mi orfandad, mi derrota.


          No me interesa

el castrado placer de los estigmas

ni la hipótesis gregaria de frígidas constelaciones.


           A pesar de estar hundido en el médano de la carcoma, 

hago mis pasos a través del baldío cansancio de la tierra. 


           Reparo el simulacro de mis juicios.

                Es destino el silencio...


          Semántica sin

          cruces de sonido gris,

          ni periplo ruin 


          Influido por la 

         falsa expectativa

         de los signos que 


         Limitan toda 

         realidad del cosmos

         a leyes francas.


        Entender que no 

        se fabrica la lengua 

        como algo fiel 


       Ni semejante 

       al arte contingente 

       de pensar cosas


       Calculadas en

       ordenados núcleos  

       de artificial 


      Inteligencia, 

      sino quizá como un

      escolio del ser


      Obstinado en

      explicarse, antes de

      morir su muerte.


           ...y por eso prevengo a las sirenas 

del triste canto de los hombres, y escorzo lo porvenir 

donde las fronteras del reflejo se desbordan. 


                                             (...)


El aire sucio limpia de ceniza  

la casa donde fue el amor y los adioses...


             La sangre lavada por la lluvia ácida es calamidad

invisible y clausurada al pesado animal de la memoria.


            Un fuego de astillas y de raíces de maderas abortadas, 

arde aún en habitaciones hartas del escándalo del limo. 

            Abunda aquí la hojalata coloreada por la herrumbre

            como una tilde taciturna acentuando el abandono.


                Un ajedrez apócrifo de torres, alfiles y caballos

viste un tablero masticado por un sinónimo del agua. 


Aquí, entre charcos de luz rechazada, echo de menos 

la infancia, el sueño bienvenido, la revolución soñada. 


        Me niego al resplandor moribundo de los escombros

        a propósito de la reminiscencia de lo imaginado;

        y es que, cuando niño, yo pensaba en los mapas

dibujados por la usura del desgaste, como en coordenadas

                  gramaticales de cosas repudiadas:

la cruda decepción venérea del orgasmo original

debió quedar impresa en la quijada superior de Adán

y en la mandíbula sin patria de la curiosa Eva.


        En los atlas perdidos de nuestra especie idealista 

        deben poder encontrarse otras raras criaturas:

        el hombre que guarda bajo la almohada 

        el pantalón y la camisa como precaución 

        contra los bombardeos o la madre solitaria

        que visita tumbas sin nombre, pues cualquier 

        andrajo de sueños interrumpidos puede ser 

        el hijo al que le pusieron las botas al revés. 


Los muros del hogar parecen decir, porque lo han visto, 

que se extinguen todos los anhelos como un aullido lejano, 

caído entre las luces subjetivas de los supercontinentes

en los que murió la historia una muerte de animal parlante.


           Ya dije la destrucción

           y la destrucción relatada...


          La cuota de rapiña se agotó bajo el cielo infinito 

       y ya solamente me queda la tregua, el armisticio.


Pronto asumiré la dimensión final del testimonio, 

la arquitectura espiritual del hombre que averigua 

que no era mortal la magnitud de los daños íntimos. 


Duermo despierto la longitud equivoca del crepúsculo, 

con los significantes abiertos del asedio y la monotonía ,

mientras examino la masiva neutralidad del universo

en la que agonizan por eones incognoscibles los astros. 


Espero adivinar el secreto detrás del llanto de Caronte, 

cuando lo humano entre dócilmente en su última noche.


        Ya me detengo a explicarme, 

                a racionalizar mi individuo 

con base en las fechas en las que observó mi sorpresa 

el intacto arte de la muerte, escrito en la ley de la manada. 


         Me demoro en el dialecto indefenso de mi sangre. 


         Le doy vueltas al placer inmotivado de mi cuerpo.


         Purgo lo necesariamente odiado, desecho 

                                mi quebrada energía contrincante.


         Después de amar a una mujer, vivir ajeno, 

olvidar cómo doler con el instinto (y todo eso), 

          pongo a descansar el terco silabario de mi carne 

                             en inexactas vocaciones de silencio.   


                                       Arturo Hernández González 





                        Al filo del insomnio 


Este insomnio no es desvelo ni es mío.


Es el del acostumbrado latido 

         del tambor de la existencia. 


Es como si me hiciera marchar por el filo del 

  hoy y de las calendas y saliese a orientar las

                  horas que vienen como un ejercito

                                    a conquistar mi tiempo.


                        Mis otros pasos 


Estoy trepando por los hilos de la noche.


Y alcanzo la alta noche, cuando el cielo es

una laguna de luces de la gran ciudad y el frío 

          se reconcilia con el abrigo de invierno.


El asfalto de la calle, inmaculado de pasos 

vivos, refleja las luces de las farolas.


          Hay una soledad efímera que me invita a

desflorar esas calles y dejar la húmeda huella

                                                de mis botas.


Cae un rocío fantástico que acaricia mi barba

luenga y por allá en la distancia, como en una

                    lejanía, resuenan mis otros pasos.



                              Discurso 


Se escucha cerca el ruido del trajín del día. 


Estoy escribiendo un discurso 

sobre la existencia, para leérselo

a las mascotas de felpa: un oso, un perro, 

un reno bonachón, y un pescado, que están sentados, 

           muy juiciosos, esperando para oírlo, 

                    en el sofá de la sala de estar. 


                                               Francisco Urrea Pérez 



LOS AUTORES 



Francisco Urrea Pérez


Escritor colombiano. Más de una veintena de obras componen su legado literario, que ha sido publicado en Europa y América Latina. 




Arturo Hernández González 


(Bogotá D.C.) Poeta, traductor y docente colombiano, especialista en pedagogía universitaria. Su obra ha sido premiada e incorporada en publicaciones de importantes medios culturales y literarios nacionales e internacionales, así como traducida al italiano, rumano, búlgaro, francés, inglés, griego y albanés. Es autor de obras como Olor a Muerte (2011;2012), Breviario de lo incierto (2017; 2024), y Presagios del insomnio (2025). Dirige desde hace más de una década la Revista internacional de cultura y artes Noche Laberinto.


*


GRAZNIDO 

POETICO 

Arturo Hernández González 

& Francisco Urrea Pérez

Toska Editorial 

Bogotá D.C.2025




   

    






                                    


          

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