mi linaje mezcla reyes y bufones.
Mis genes maceran la hiel del universo.
ser extirpada.
el puñal que lo ha de emancipar.
a acabar al Creador.
en su apocalipsis.
para no abandonar el paraíso.
al Creador.
gris de solitarios portales.
REQUIEM MÍNIMO
Mi boca será silenciada con la puntada
desigual de la memoria… la pluma descansará su vuelo.
No pienso garabatear rotos signos que hablen de ella.
Mucha tinta ha corrido bajo la huidiza ala de su vestido.
Me detengo triste. Comparto la noticia de monedas oxidadas
y semillas transgénicas, de pájaros que se estrellan contra
los semáforos que brillan en verde,
del pago con sal negra que me han dado como indemnización
a diez años de desgastar zapatos. Arrastro la negación al crédito
en la tienda del “vecino”, como crónica de luz intermitente
que se disipa enredada en los giros de la última tormenta…
triste te comparto historias acerca del despilfarro del amor.
Para qué gastar letras cuando cargo la urgencia del mendigo,
que me sacó a punta de malas palabras
de la vereda que le corresponde en la ciudad.
He caído tantas veces que no tengo huesos enteros
en el cuerpo, todos son escarpias blancas
que se incrustan en anémicos órganos.
Me arrastro por la avenida aventando el tiempo con los puños,
cosechando con la tarde avemarías…
salto los escalones de la miseria para subirme a una raída cuerda,
en donde acomodados en rondador
se mecen al viento carcomidos uniformes escolares.
Desde la profesión de equilibrista puedo ver la iglesia;
y al mendigo que es rey de su vereda…
la huella del caminar de quien no pienso nombrar
y que tarareaba a su paso oscuros sueños cenicientos.
Ahora el mendigo duerme acurrucado con el vuelo de palomas.
Ella siempre ponía una moneda en esas manos lanza piedras.
Muchos años han dividido está historia. Las zanjas son enormes
y fueron cavadas con la urgencia del asfalto.
.
Vengo a proclamar la noticia:
con mis intestinos estoy tejiendo una bufanda,
para darle a la niña que vende mentas
en la estación del tren y que tiene frío a partir de cierta hora;
cuando los gamines traen sus falos listos para agitar banderas
y la rozan con sus manos deconstruidas con pegamento.
Ella (no la ajena de quien no pienso expresar palabra)
tiene cientos de padres que le obsequian golpes y caricias;
cada tarde tiembla a la misma hora,
cuando los dolores se despiertan en la memoria
y llegan dos o tres alegres muchachos
a hablar del invierno, del techo sin tejas que les regala lluvia y luna,
del misterio de las aves que retornan
a anidar amores entre las rotas vigas de madera…
ellos, los juglares niños del pavimento
terminan de llenar el crepúsculo con su feliz aliento a pega.
No voy a hablar del estipendio de su cuerpo;
muchos golpes han acallado los labios, han abierto cicatrices
en rojos encuentros. Nunca igual al tono de la sangre que se secó
en el puñal del Flaco Mango. El niño famélico
que hacía de campana en la esquina
y que murió en una riña hace tres vidas;
cuando le tocaba ser semanero en la escuela
e iba por fin… con sus huesudas manos
a tañer el bronce para llamar al último recreo.
Aguantaré la tentación de nombrarla,
como he aguantado el dolor de la primaria infancia,
cuando la madre se interponía entre los golpes
y las sílabas que eran puños en manos de su amante
o como aguantó el hambre, al hombre, a la luz
que se incrusta en las pupilas…
al dolor de huesos rotos que perforan desde muy dentro la carne.
Los pulmones apenas alcanzan a reestablecer
la circulación del aire. Mientras cargo noticias
que traen el peso de todos los pecados.
En la misma cuadra que murió el flaco campana
vive el mendigo, el trapero de la tienda
y la niña que aromatiza el aliento de chapas y prostitutas
a avanzadas horas de la noche…
además, está ella, la que no pienso nombrar.
Acunada por el llanto de un bebe de pecho, distante…
al fin cómoda, iluminada por cirios más pálidos que su piel,
rodeada de flores. Atravesando por fin el umbral de las promesas.

NO SÉ MUCHO DE MEDIO ORIENTE
Deposito mi palabra envuelta en mugre sudario,
el mismo que cobijó a mi padre, a mi madre
a los hermanos caídos en pasadas contiendas.
Me inclino a levantar los escombros
y hallo entre las grietas flores de lágrimas
estampadas en el polvo. No se mucho de Palestina,
y aun así puedo percibir su dolor.
No sé mucho de nada
y sin embargo mi pecho aletea errático,
desorientado, infante que huye de lejanas explosiones.
Si cierro los ojos, no puedo ubicar
ese milenario pueblo en mi cabeza…
Desde una ignota posibilidad
sé que, si estiro las manos,
puedo buscar en edificios derrumbados
una rosa, una muñeca o una daga. También puedo
y muy a mi pesar… mancharme con
la sangre de mártires caídos…
silenciando mi respirar un ratito, puedo
sentir la rabia contenida de los hombres
y el abrazo de la madre que cubre
con su cuerpo la tragedia.
Jamás he vivido una guerra,
ni mis hijos han partido en éxodos obligados;
el hambre no ha mordido en las tardes
con los dientes torcidos de los alambrados.
Miro fakes news desde la comodidad del sillón
y me avergüenzo con estas lágrimas en soledad.
No sé mucho de medio oriente,
más desde siempre he identificado al enemigo.
Te busco tierra sacra… sonrisa ausente,
dolor de siglos; te convoco:
Gaza, Rafah, Hebrón, Ramallah
y no hay respuesta… Palestina está lejos…
algo así como a cien latidos de mi corazón;
es por eso que detengo mi jornada
me inclino para dejar a los pies
de cualquier cementerio del planeta
mis palabras envueltas en mugre sudario,
el mismo que cobijó a mi padre, a mi madre
y a cada niño que abatió el silencio…
de esta esfera sangrienta llamada tierra.
*
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